En Bab Hutta
street hoy se respira normalidad. Al final de la calle, los militares que hace
un par de días disparaban proyectiles contra un grupo de jóvenes que se
resistían a abandonar la explanada de las mezquitas, hoy están tranquilos.
Bab Hutta Street |
En el lugar
donde nos resguardamos vivían varias familias musulmanas. Era un portal con un
pequeño patio en el interior a través del cual se accedía a las casas. Con
nosotros habían varios niños. No parecían asustados. Para ellos es algo normal.
Pronto salió una mujer. Su madre. Hablaba en árabe con sus hijos y aunque yo no
entendía lo que decía, el lenguaje corporal no sabe de fronteras lingüísticas.
Ella si estaba asustada. Quería que los jovencitos se quedaran dentro de la
casa, sin embargo ellos, curiosos, no paraban de sacar la cabeza fuera del
portal para ver lo que pasaba.
Durante unos
minutos, pararon de caer piedras. Parecía que ya había acabado. Uno de los
niños insistió en que era nuestro momento para salir corriendo de allí, “ya no
hay peligro” aseguraba. Un par de mujeres musulmanas que también habían quedado
en mitad de la pelea, aprovecharon para cruzar la calle y recorrer los pocos
metros que les separaban de sus casas. Sin embrago, en el momento en el que nos
decidimos a salir, de nuevo, empezaron a caer más piedras. La lucha continuaba.
Finalmente, un
hombre nos invitó a subir a su casa, donde nos quedamos hasta que acabó todo.
Desde el salón de su casa, su familia seguía lo que estaba pasando a través de Al Yazeera, la televisión árabe. Un corresponsal en directo explicaba lo que
sucedía en la calle Bab Hutta. Imágenes en directo de lo que pasaba justo donde
yo me encontraba. Eso me impactó bastante. Yo estaba ahí. En el salón de una
familia musulmana en Bat Hutta street. Tomando un té. En el lugar de la noticia
y a la vez, viendo en directo lo que el canal árabe iba retransmitiendo. Es una
sensación extraña.
En el salón de
la casa había un pequeño balcón que daba a la explanada de las mezquitas, justo
al lugar donde se encontraban los jóvenes que tiraban las piedras al final de
la calle. Aproveché para sacar mi cámara y grabar. Pude contar unos 20 jóvenes,
quizás adolescentes. No estaban
organizados. Tenían la cara cubierta con pasamontañas. Uno de ellos lucía
victorioso el casco y el escudo que había robado a uno de los militares.
Empezaron a disolverse quedando solo unos pocos.
Al cabo de media
hora ya no había nadie. Todo había acabado. Nos despedimos de la familia
musulmana que muy amablemente nos había acogido en su casa. Al bajar a la calle
decenas de periodistas, cámara en mano, se aglutinaban para captar las primeras
imágenes de lo que había sucedido, sin embargo, en ese momento, lo único que
podían grabar era la gran cantidad de piedras que había por el suelo. Nosotros
fuimos los primeros en llegar al lugar de la noticia. Mejor dicho, la noticia
vino a buscarnos a nosotros. Nos pilló absolutamente desprevenidos, pero
supimos aprovecharlo. Y conseguimos las primeras imágenes de lo sucedido.
El resultado
final, según la agencia EFE, 12 heridos. Uno de ellos, un periodista que tuvo
que ser trasladado al hospital a causa de las heridas que tenía. Por suerte, a
nosotros no nos pasó nada.
Lidia Bueno
Lidia Bueno
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